10 de mayo de 2009

Trajes o camisetas

Manuel Alcaraz Ramos

Profesor de Derecho Constitucional de la UA.

Diario Información - 10 de mayo de 2009

Casualmente Mónica Oltra, junto con Mireia Mollà, la otra Diputada de Iniciativa (GP Compromís), estuvieron en Alicante el martes, y pude comprobar, en una película que proyectaron, la contundencia y eficacia de sus intervenciones. Lo más significativo es que, en un recuadro, la cara de Camps iba reflejando los (re)sentimientos que le asaltaban al escucharlas, cuando le piden cuentas de sus travesuras. Si la cara es el espejo del alma, esta Molt Honorable alma está atravesada de angustia, de desprecio, de incapacidad para entender que esto le está pasando a su propietario. Es un alma desalmada, colgada en algún lugar incierto entre Boston y Valencia, entre el ayer de esplendores y el futuro de promesas, entre el todo y la nada. Calavera de cera fundida, trata de pasar ese ratito del que presume, con más vanidad que valentía, esperando votos populares y sentencias olvidadizas. Pero nunca, nunca ya, volverá a poder dar lecciones de tantas cosas como presumió. En otros tiempos, alguien puesto frente al agua de sus vergüenzas y de sus desdichas telefónicas, hubiera dimitido para defenderse mejor. No ahora. No estas gentes, que no trazan fronteras entre el bien público y los amiguitos testiculares. Amarrarse al duro banco de una galera encallada es parte de su oficio. Siquiera sea sólo por eso, no puede esperar mucho respeto. Invocar la institución que representa de poco le vale: él es quien la embarra con esta metafísica de la negación de la evidencia. Sea o no sea punible la evidencia.

Casualmente esta semana he leído un informe sobre la actividad parlamentaria de les Corts. Sentí auténtica vergüenza: la mayoría conservadora ha degradado la institución parlamentaria a niveles que empiezan a impedir que podamos presumir de auténtica democracia: la sinrazón en las decisiones, el partidismo de los órganos de gobierno, la anulación de prácticas admitidas como intrínsecas al parlamentarismo en toda Europa, ofrecen un retrato tremendo de lo que podemos esperar del PP mientras acumule tanto poder institucional. Y ello incluye transgresiones de la Constitución, como la negativa a tramitar proposiciones de ley: las sentencias del Tribunal Constitucional, dan por sentado los populares, llegarán tan tarde que de nada servirán, pues, entre otras cosas, nadie recordará la materia sobre la que versan. En ese esquema les Corts se está convirtiendo en el escenario de los despropósitos de un partido que tiene mayoría absoluta que sólo emplea para jalear –cada vez con menos ganas, es cierto- a su líder y para justificar las humillantes escapadas que éste practica. El PP está manchando esa casa que debe ser de cristal con sus arrebatos de miedo, convirtiéndola en el agujero negro que se traga cualquier iniciativa discrepante, cualquier crítica al poder.

Que en ese horizonte se castigue con la expulsión a Mónica Oltra, por llevar una camiseta con una referencia jocosa a Camps, es tan estrambótico como repugnante. Por más que leo el Reglamento de les Corts no encuentro artículo al que acogerse, ya que el hecho de portar una camiseta, aunque incluya opiniones políticas, no es insultante –el dibujo y el texto es irónicamente alusivo, pero, en sí, no denigra al President- ni supone interrupción de debates, ni menoscaba el prestigio de la Cámara, ni altera el normal funcionamiento de la misma. La expulsión, pues, fue arbitraria, autoritaria y partidista. Leo que, además, el PP pide la sanción de suspender a Oltra en sus derechos parlamentarios durante un mes, lo que remite al artículo 106 del Reglamento, que la establece para quien “promoviere desorden grave en su conducta de obra o de palabra”, lo que, a todas luces, no es el caso. Si finalmente se impusiera la sanción no sólo se le estaría privando caprichosamente del ejercicio de su Derecho constitucional a participar en los asuntos públicos sino que sobre la Presidenta de la Cámara podría pesar la sospecha de haber cometido un delito de prevaricación, ya que debe saber perfectamente que su decisión no se atendría a derecho.

En el fondo, quizá, lo que horroriza al Ricardo Costa es que una Señoría acuda en camiseta a la casa de sus fastos y no con un traje perfectamente entallado y hecho a medida y pagado por quién sabe quién. Y es que las camisetas van baratas y si en las Corts dejan entrar a cualquiera no sé, Dios mío, que te quiero un huevo, a dónde vamos a ir a parar. Dicho de otra forma: el PP quizá esté incomodo, muy incómodo ante las palabras que han de escuchar cada día sobre asuntos de sastres y de desastres, pero lo que les saca de sus casillas son los gestos atrevidos, la eficacia probada de los que alzan la voz sin amedrentarse y sin confundir el respeto institucional con el aburrimiento y la ausencia de mensajes claros y rotundos. Con esa camiseta entró en las Corts mucha más opinión pública que en varias decenas de discursos y en argumentos tan reiterados que ya ni hieren las orejas de estos coriáceos practicantes del tedio. Eso es lo que no toleran: que alguien nos remueva en la modorra.

País de sus entretelas, aquí vamos a tener que elegir entre trajes de buenas hechuras y algodón impreso artesanalmente, entre medidas precisas y caras evasivas. Dadas las circunstancias sugiero que cuando Costa y Camps visiten les Corts se grapen el justificante de pago de sus trajes, no vaya a ser cosa que la Presidenta los expulse por hacer ostentación pública de la causa misma de sus cuitas, atolondrando al personal, distrayendo a los corifeos y privándose del aplauso que perecen sus figuras. (Y, por favor, que cuando vengan a Alicante en Hogueras me los vigilen, que las telas de las faldas de las Belleas nos cuestan, a esta ciudad en crisis, 20.000 euros, y no debe ser cosa que luego veamos que, en un despiste, algunos se hacen con ellas un chalequito o un fajín).